Hay un gesto que muchas compartimos, aunque lo hayamos aprendido en silencio:
estar disponibles para otres, todo el tiempo.
Para cuidar, para escuchar, para hacer lugar.
A veces también para callar, para sostener, para correr detrás.
Y lo hicimos con amor, con orgullo incluso. Como si darlo todo fuera sinónimo de querernos bien.
Pero con los años, ese estar tan disponible afuera se volvió ausencia adentro.
Un cansancio hondo, una tristeza difusa, una sensación de haber quedado atrás.
Como si algo nuestro —la risa, el deseo, el cuerpo— hubiera quedado en pausa.
A veces se necesita una pausa más grande para escuchar el silencio que dejamos de escuchar.
Ese que susurra: «¿y vos, cuándo?»
Este blog nace como parte del universo de Desmadejadas.
Y nace con una pregunta: ¿qué pasa cuando empezamos a desatarnos del deber de estar siempre disponibles?
Cuando la disponibilidad se vuelve elección, no mandato.
Cuando aprendemos a decir no sin culpa.
Cuando el cuidado empieza por casa.
Autocuidado no es una máscara facial.
Es aprender a registrar lo que necesitamos y a dárnoslo.
Es dormir cuando tenemos sueño. Es dejar de justificar todo.
Es hacernos tiempo para estar con nosotras, sin listas, sin exigencias, sin tener que demostrar nada.
Amor propio no es un eslogan.
Es un tejido que se hace lento, con paciencia.
Con hilos que se cortaron, que se anudaron, que a veces se deshacen para volver a empezar.
No se trata de llegar a una versión ideal de nosotras.
Sino de volver a habitarnos.
De encontrarnos con lo que hay, con lo que duele, con lo que pide atención.
En Desmadejadas tejemos comunidad.
Una red suave, sin apuros.
Leemos, escribimos, tejemos, respiramos.
Nos preguntamos cosas. Nos respondemos con tiempo.
Estamos empezando a decirnos: merezco estar conmigo.
Y eso no nos vuelve menos generosas. Nos vuelve más vivas.
Si te dan ganas, podés venir con nosotras.
Traé tu ovillo.
Acá hay hilo para rato.