Frenar es un montón: invierno, ciclicidad y energía propia

Hay inviernos que parecen inventados para quedarse adentro: la casa, el tejido, el libro, el mate caliente, el silencio interrumpido solo por el crujido de la lana y la página.
Este invierno, por primera vez, me animé a hacer algo nuevo: empecé a registrar mi energía cada día, como quien empieza un cuaderno en blanco sin saber muy bien qué va a escribir.

Me llevó a esto, como tantas veces, un encuentro de tejido y lectura. Hablamos de ese libro sobre la ciclicidad femenina, nos miramos, nos reímos un poco incómodas, nos dimos cuenta: ¿qué sabemos realmente sobre nuestros ciclos, más allá de lo que nos enseñaron para sobrevivir o rendir?

Nos encontramos, como pasa en el Club, reconociendo juntas la ignorancia heredada, el silencio impuesto, pero también el deseo de aprender. Así, entre ovillos y palabras, tejimos el propósito de un bufandón para abrigar esa ignorancia y transformarla en calor propio, en curiosidad, en movimiento.

La ciclicidad se vuelve una invitación: dejar de pensarse lineal, habilitar el ir y venir, la pausa y el avance, el descanso y la siembra.
Yo, que ya ando por la premenopausia, descubro ahora —recién ahora— que mi energía también tiene ritmos, que hay días de mucha intensidad y otros en los que el cuerpo pide resguardo.

Lo hablé con Ana el otro día: somos mujeres intensas, de búsqueda, con esa pulsión de ir al hueso. El mundo se divide, bromeamos, entre las que entienden esto y las que no, y ese código invisible nos une y nos encuentra.

En estos días de frío trabajé mucho sin salir, casi en modo cueva, y al mismo tiempo tejí más que nunca, leí como hacía tiempo no leía.
El libro de turno —que me fascina— trae a cuento otros títulos que ya leí, ese plus que da saberte en camino.
Anoche, entre anotaciones, volví a Mentalidad de Carol Dwek y su distinción entre mentalidad fija y de crecimiento. Fue un alivio, una alegría encontrarme ahí: yo también soy esa que crece, que busca, que nunca termina de aprender ni de transformarse.
A veces es una bendición, otras un desafío.
El Club #lasauroras es eso: un imán para mujeres que, cada una a su ritmo, se suman a ese viaje hacia sí mismas.
Nos entusiasma, nos contiene, nos hace sentir menos solas en el vaivén.

Ayer, en uno de esos rituales simples antes de dormir, miré mi collage de sueños y objetivos con Aurora.
Hicimos el repaso: todo lo importante está, casi todo cumplido.
Pero claro, mi parte más exigente apareció: “esto de la constancia, me cuesta”, le dije.
Aurora, siempre más sabia, respondió: “sí, mamá, pero muchas veces sí pudiste. No seas tan exigente.”
Y es verdad. El registro, el tejido, el parar, todo es aprendizaje.
Este invierno fue, sobre todo, un tiempo de estudio y siembra.
Tal vez hacia afuera no se vea tanto.
Adentro, el movimiento fue enorme. Frenar es un montón. Aprender a festejar eso también.

Vamos a celebrar el primer año de ese aprendizaje: escuchar el cuerpo cuando pide freno, aunque sea a los golpes.
La ciclicidad no es sólo menstruar, es habitar el ritmo propio, darle valor, dejarse transformar.

Como dice Miranda Gray:

“Cuando aprendemos a escuchar nuestros ciclos, descubrimos una fuente interna de poder, creatividad y bienestar. El ciclo nos invita a respetar nuestros tiempos y a confiar en que cada fase tiene su propio sentido, su propio regalo.”
(Las 4 fases de la luna roja)

Ya hablaremos más de esto.
Por ahora, rescatemos el invierno como ese espacio donde el movimiento puede ser hacia adentro y el descanso, una forma de energía.

Marian | #lasauroras

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